Autonomía o mala fe o Mi compañero burócrata

Por Alejandro Basile //

Compañera, compañero.

En distintas circunstancias vitales, tanto prácticas como reflexivas, es habitual que uno se maneje con mala fe. Este concepto filosófico hace referencia simplemente a una situación de autoengaño, en la cual uno sabe pero actúa como si no supiera. Como dice el célebre personaje de Luis Brandoni, frente a ciertas situaciones lo único que se puede hacer es no pensar… 

Si usted se considera marxista o, peor aún, leninista o trotskista, lo que leerá a continuación debería preocuparle bastante. Mire, ocurre que un partido político parece ser formalmente idéntico a una empresa, a una iglesia o a cualquier institución capitalista por el estilo. ¡No ponga esa cara! Haga una cosa. Agarre un partido. Sí, cualquiera de esos que tienen un puñado de militantes en su facultad. Ahora calcule cuántos millones de pesos le entran todos los meses. Sí, en algunos casos, como a una PYME de tamaño medio… Ahora piense de dónde sale esa plata. Si somos marxistas, parece forzoso reconocer que sale del trabajo o, más precisamente, del plusvalor que se extrae de los militantes… ¿Por qué me mira así? Contemos: campaña financiera, venta de periódicos, fotocopiadoras universitarias, recaudación de actividades varias, subsidios estatales… No parece gran cosa pero la capacidad de acumulación de un partido puede tomar dimensiones considerables. Tengo de buena fuente que el PC llegó a ser propietario de la embotelladora de Coca-Cola… Pero no se preocupe. Mi compañero me asegura que (salvo en el caso del PC, que son estalinistas) esto no es problemático porque los fines son políticos: construimos el partido porque buscamos la emancipación social. Efectivamente, con este dinero (o lo que es lo mismo, con el trabajo de los militantes) se construye poder político, que a su vez se usa para conseguir más dinero, más militantes… El ciclo se repite y mi compañero me informa que todo está bien porque así funciona el partido como máquina de hacer política

Hablando de trabajo, usted habrá seguramente notado que al interior de un partido también se da una división social del trabajo. Y está muy bien. Donde manda Capitán no manda marinero. Hay muchas tareas a realizar y parece casi natural que las mismas sean diferenciadas jerárquicamente de manera solidaria con las funciones necesarias para sostener el todo. Da lo mismo quién limpia el local (obedece), volantea (obedece) o pega afiches (obedece), pero no da lo mismo quién piensa y dirige la acción del todo. ¿Por qué no da lo mismo, pregunta usted? ¡Claramente hay compañeros que no están capacitados para dirigir! ¡Sería la anarquía si pusiéramos las funciones dirigentes en manos de estos compañeros! ¿Que por qué tiene que haber dirigentes? ¿Que por qué dirigir a las masas en lugar de empoderarlas para que se dirijan a sí mismas? Usted hace muchos preguntas. Sócrates decía que justo es permanecer en el lugar en que a uno lo puso quien es mejor. Pero le reconozco que si hay que decir esto es porque sobre quienes son los “mejores” pesa la sospecha de que son unos imbéciles…

¿No ve que hay que dirigir a los trabajadores porque no pueden dirigirse a sí mismos? Pero entonces, ¿el partido está llamado a dirigir? ¿Y por eso cuando militamos lo que hacemos es… obedecer? Esta paradoja me lleva a reflexionar acerca de cómo es posible que alguien entre voluntariamente en una relación de obediencia, y a observar que un partido es algo movilizado por las creencias metafísicas y morales de sus militantes, que aspiran a ser rectos miembros de una totalidad que vigila y castiga las posibles desviaciones ideológicas que pudieran ocurrir en su seno. En efecto, somos una comunidad que acepta como de sentido común enunciados metafísicos tales como que “lo existente es resultado de fuerzas que se encuentran en relación dialéctica…”. Pero mi compañero me informa que este enunciado en realidad no es metafísico tout court sino propio de la crítica materialista de la metafísica burguesa. 

En cualquier caso, aquí el partido es como la Santa Madre Iglesia, que es santa y prostituta: es infalible y por eso se le obedece. Pero como no es Dios mismo sino su representante terrenal… se puede equivocar. Lo importante es saber reconocer el error y corregir el rumbo a tiempo, algo que, me informa mi compañero, sólo se puede saber una vez que ya nos equivocamos… ¿Que quién lo sabe? No se preocupe, lea el periódico y confíe.

Tal vez se objetará que todo esto es muy “superestructural”, lo que equivaldría a decir nimio, secundario, accidental… Pero a mi juicio no es por ello menos relevante que la contante y sonante materialidad del dinero. Por supuesto que el partido es una relación económica -admite a mi compañero- pero antes de sacar conclusiones apresuradas (y evite por favor la tentación de subsumir este aspecto al económico, que ya somos grandes), considere que la esencia misma del partido son los fines políticos que persigue, lo que hasta ahora viene siendo lo único que lo diferenciaría de otras instituciones típicamente capitalistas… Para cumplir con sus tareas históricas el partido debe ser sobre todo formador de subjetividad. ¿Cómo forma sujetos? Bueno, en principio se les informa. ¿Le vendo un periódico? O mejor: un libro publicado por nuestra editorial. 

Porque ocurre que en el seno del partido se produce doctrina: textos y autores son canonizados y citados de memoria, y se les reconoce como fuente de saber y verdad. Por supuesto también se establece qué es lo bueno y lo malo, y los criterios para juzgar de una u otra manera también se abordan y se discuten, pero sólo cuando aparece gente como usted, que hace muchas preguntas… Aquí hay incluso lugar para los militantes de a pie, comunes y corrientes, cuya obediencia o, mejor dicho, compromiso con la causa -me corrige mi compañero- se vuelve objeto de culto especialmente si han tenido la desgracia de caer en combate… Santos, héroes y beatos conforman un verdadero panteón socialista, con variaciones, dependiendo del caso, como en el politeísmo griego. Mi compañero, ávido lector de Hegel y Lenin, objeta la comparación y me lo explica bien. Aparentemente se trataría de una forma secular de necromancia que tiene la crucial función de mover a las y los compañeros a ratificar su compromiso con el partido.

Pero volvamos a la cuestión del trabajo. Ocurre que los trabajadores son gente problemática. Por un lado, para decirlo sin tapujos: el problema es que son unos ignorantes… Esto funcionaría así: el saber político se identifica con la conciencia de clase. El partido es la vanguardia de la clase (entiéndase: la que está adelante del resto) porque tiene el saber político, el elemento subjetivo, su para-sí o la conciencia. Y obviamente al ser la fracción de la clase obrera con la conciencia más avanzada, debe ser la fracción dirigente. ¿Por qué no se ha sumado aún usted a nuestro partido? La otra posibilidad problemática es que usted sea consciente de su ignorancia respecto de estas cuestiones metafísicas o, mejor dicho, políticas -me corrige mi compañero-, pero aún así no quiera militar con nosotros, por la razón que sea: porque prefiere jugar al pádel o estar con sus hijos. En ese caso lo que ocurre es que usted tiene una conciencia pequeñoburguesa e individualista. Nosotros no le obligaremos a nada (¿qué se piensa? ¿que somos estalinistas?) pero usted vivirá una existencia contradictoria hasta que reconozca que nuestra política es la correcta y, crucialmente, actúe en consecuencia. 

Mi compañero me informa que aquí “política” refiere a táctica y estrategia, a “caracterizaciones” y en general a objetos y procesos externos al partido, y que la forma-partido como tal no se cuestiona. ¿No lo ve acaso? Es la forma que toma la conciencia de clase. Es cierto que hay gente que dice que el problema político fundamental es el problema del poder político, es decir, el problema de cómo se justifica la obligación de obediencia que tienen súbditos como usted y que es recíproca respecto del derecho de mando que ostentan sus dirigentes. Pero esas son preocupaciones burguesas que no logran penetrar la dura corteza de nuestra doctrina. Usted piensa que no está obligado pero perdió al aceptar que el partido es el que sabe. En efecto, sólo el partido sabe cómo emancipar a la clase trabajadora y, por lo tanto, a la humanidad… ¿Cómo dice? Bueno, tal vez sea cierto que la redención salvífica se seculariza en megalomanía hegeliana. Pero de lo que no quedan dudas es que la verdadera forma de salvar a la humanidad es a través del partido leninista.

Mi compañero fue a cargar agua para el mate así que aprovecho a decirle cómo veo yo todo esto. Deje de protestar. Asuma que usted es una subjetividad que suele vivir con culpa y por lo tanto está obligado a obedecer. El partido es una necesidad metafísica. Pero aún si no lo fuera, usted no podría saberlo nunca, porque no es poseedor del saber acerca de cómo hacer la revolución, cómo lograr la emancipación social, cuál es la estrategia adecuada para el movimiento de jubilados… Como buen individualista pequeñoburgués, usted ha delegado la resolución del problema en los que saben. Como usted acepta que la revolución se hace con el partido, ya renunció a la capacidad de pensar por sí mismo el problema político. Usted ha puesto la decisión acerca del qué y el cómo de lo político en otra mente y en otras manos (en sus dirigentes), y así se ha desentendido del problema de pensar cómo organizarse con otras personas en función de fines políticos: ha renunciado tanto a establecer los medios como los fines. Por lo tanto usted está obligado ante los ojos de quien cuenta con el saber de estas cosas, a quien ha entregado, por tanto, el derecho y la potestad de juzgar adecuadamente sobre estos asuntos. 

Si la autonomía es la capacidad de autodeterminar la voluntad según fines inmanentes, cuando usted elige militar en un partido no está autodeterminando su voluntad sino eligiendo entre opciones dadas exteriormente. El punto crucial es que cualquier racionalización de esa decisión es, en términos trascendentales, post-hoc respecto de esta situación metafísica o existencial. En lo que hace a su propia libertad, usted se limita a elegir (y obedecer), como cuando elige entre Brahma o Isenbeck en el supermercado. En suma, usted actúa de mala fe: no sabe pero tampoco quiere saber y prefiere que se haga cargo otro. Pero no se preocupe. Como le comentaba, tal es la situación habitual de la mayoría de los seres humanos. En la vida se puede ser cosas peores. Bienvenido a la máquina, compañero. 

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