Por Pablo S. Lovizio //
“No se trata de que el nihilismo sea que el ser esté en
poder del sujeto, sino que el ser se haya disuelto
completamente en el discurrir del valor, en las
transformaciones indefinidas de la
equiparación universal.”
Gianni Vattimo
“Sí, «el desierto crece», pero debajo hay un resplandor
que no es de nadie, un resplandor en el que vemos,
hablamos y respiramos. Eso es todo.”
Oscar del Barco
Lo fascinante de la «obra» fragmentaria de Oscar del Barco es esa mixtura de registros que nunca adquiere una forma definitiva. Como si las viejas preguntas y las temáticas clásicas que ese pensamiento atravesó retornasen una y otra vez de maneras diferentes para evitar su clausura. Mas de algún modo se avanza. ¿Hacia dónde? No se sabe con exactitud pero algo se mueve. Una insistencia atraviesa la deriva, que no es otra cosa que la conjunción poética de la crítica marxiana de la Economía Política con la revelación panteísta en tanto sacralidad de lo existente.
Sí, para Oscar del Barco el mundo es una carnicería: «el infierno de los vivos» (Calvino) coexistiendo con la fulguración de aquello que nos salva a cada instante. Todo está manchado de sangre y al mismo tiempo todo está cubierto por el manto de la fragilidad común que nos hermana. ¿Qué hacemos en consiguiente? Su respuesta no es leninista, lejos está de esbozar un «programa revolucionario» marcado por el terror vanguardista y la mala conciencia.
¿Entonces? Una respuesta ético-religiosa entre el amor cristiano, la compasión budista y el reino de la libertad comunista. Una ética que quizá se sabe «derrotada» de antemano pero que de todos modos susurra una última petición vinculante desde la fragilidad. Desde ese hálito de humildad resistente que conjuga obreros/as —no a la clase obrera en su conjunto que no es otra cosa que una «personificación» viviente del capital en tanto condensación del flujo gelatinoso de «trabajo abstracto» (Marx)—, niños/as, locos/as y errantes.
El Sistema acumula y hace de la violencia de la abstracción (escisión) su fuerza masificante (¿nihilista?), siendo el trabajo abstracto el vacío a través del cual la separación entre un cuerpo demasiado-humano y sus cualidades singulares pretende darse de forma perentoria. Un despojo que ocasiona un desgarramiento absoluto, un desgarramiento social-vital extremadamente doloroso. Ese mismo dolor que, pese a su “forma histórica” bajo la égida despótica de la mencionada abstracción real, abre una dimensión a-temporal para la asunción de la experiencia trascendental. La videncia del dolor nos confirma a la vez que todo está perdido y que, sin embargo, aún hay mucho por no-hacer-haciendo (el viejo y querido 𝒘𝒆𝒊-𝒘𝒖-𝒘𝒆𝒊 taoísta).
Este texto fue escrito a propósito de la publicación del libro de Oscar del Barco Un resplandor sin nombre. Textos sobre política, filosofía y mística (Tercero Incluido, 2022).
Imagen: Oscar del Barco (fragmento).

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