Sin más allá

Por Oscar del Barco // Epílogo (2008) a El otro Marx (1983)

Estamos ya en la edad de la «barbarie» anunciada por Marx; del «nihilismo» y de la «técnica» anunciados por Nietzsche y por Heidegger. En este sentido el triunfo del Sistema es incuestionable. Su universalización, así como el proceso de enajenación crecientes, son una realidad trágica pues implica la extinción de lo humano. No deja de ser extraño un «triunfo» que debe soportar la posibilidad de la muerte del hombre por la destrucción de las grandes reservas forestales del planeta, la contaminación ambiental, la ruptura de la capa de ozono, la erosión de la tierra y el crecimiento incontrolable de la población, entre otros tantos «males» en curso. «Males» que llevaron a un teólogo como Hans Jonas a plantear, casi con desesperación, una «ética» respecto a la tierra e incluso al espacio cósmico: ¡Basta de destrucción, señores, o morimos todos! ¡Pobre Jonas, qué poco conoce el Sistema! Y digo Sistema porque me parece que la palabra «capitalista» se ha quedado corta y estamos en un post, trans o ultra capitalismo, «algo» que va siempre excediendo todo concepto, un innominable «destino» o lo que Hegel llamó Saber Absoluto, en este caso, el papel de la negatividad lo desempeñan toda clase de otros, de extraños, de distintos, de xenos, o de virus…

De mil millones de habitantes a comienzos del siglo XX nuestro planeta ha pasado a tener alrededor de seis mil millones, con todos los problemas de alimentación, salud, vivienda y educación que esto implica. Por otra parte el Sistema se ha expandido mediante la construcción de redes económicas y culturales tan imbricadas y poderosas que imposibilitan pensar en transformaciones o salidas («revolucionarias») fuera del mismo. Lo que Marx llamó «universalización» del capital es un hecho cuyas consecuencias nefastas son aún difíciles de apreciar en toda su magnitud. En este caso la universalización además de la economía política implica la contaminación del mar, de la tierra y del aire, asícomo la destrucción de los idiomas y de las múltiples formas de vida, material y cultural, de los pueblos que pueblan nuestro planeta. El Sistema en su pulsión tanática traga y quiere tragar todo, dominar, explotar, acumular, hasta llegar a la implosión final.

Muchos de los análisis económicos de Marx han caducado a causa del desarrollo del Sistema, pero otros, esenciales, siguen vigentes; como ser (1) el análisis de la reproducción ampliada y, como consecuencia inevitable, la universalización del capital; (2) el de la cosificación del mundo y su proceso acelerado de enajenación; (3) el del crecimiento incontrolable de lo que llamó el «Gran Autómata», o, con otras palabras, la autonomía creciente de la máquina-capitalista que detenta el «saber» y el «poder» de decisión. En otras palabras, el Sistema funciona solo, automáticamente, y el hombre ha pasado a ser cada vez más un «apéndice» (una «personificación» en términos marxistas) de la máquina. Las decisiones parciales de los hombres se subsumen en decisiones generales que están por sobre ellos y los dominan, tanto en su conciencia como en su inconciencia. Es el reino del mercado en cuanto una multiplicidad de vectores que dan como resultado un vector autónomo, independiente de lo humano, pero que, por supuesto, se efectúa a través de «condensaciones» de fuerzas sociales subjetivizadas. Dicho de otra manera: la sociedad en su conjunto ha pasado a ser un sistema orgánico que funciona solo, «automáticamente»; así como funcionan solos el hígado o el cerebro…

El proletariado de la época de Marx ya no existe, al menos en los países más desarrollados económicamente. En el mundo ha crecido con carácter absoluto la pobreza e incluso la miseria; ha crecido la violencia; han aparecido nuevos «enemigos», tanto internos como externos, al Sistema. La caída de los regímenes totalitarios que se ocultaban bajo un presunto comunismo o «socialismo real» han incorporado nuevos países al Sistema y, al mismo tiempo, han abierto la posibilidad de una toma de conciencia profunda respecto al mal llamado comunismo de la ex-URSS y de la China comunista. Este hecho histórico implicó, por una parte, la caída de un mito en el imaginario social; y, al mismo tiempo, la toma de conciencia de un fracaso que le costó la vida a cientos de millones de seres humanos. Si comprendemos, entonces, que los sistemas que se auto-denominaban comunistas o socialistas eran protoformas de un capital encaminado, como hoy es totalmente visible, a ser un sistema capitalista pleno; y si, al mismo tiempo, vemos que las socialdemocracias «socialistas» son, eventualmente, eficaces administradoras del Sistema; no podemos sino reconocer el fracaso del «marxismo». Marx, en este sentido, es ahora un clásico en la historia del pensamiento político y económico.

Pero ¿se trata de un fracaso de Marx, en el sentido de un fracaso del «proletariado» y sus organizaciones sindicales y políticas, o, por el contrario, se trata de la evolución del propio Sistema capitalista y post-capitalista? Se trata de ambas cosas: evidentemente el Sistema evolucionó, incluso asumió la forma-democrática como su forma política; y también es evidente que el proletariado, el llamado sujeto de la revolución, fracasó en su objetivo (al menos teórico, ya que nunca fue un objetivo real) de construir una sociedad comunista. Se puede discutir si era posible realizar una revolución a partir de una «idea», o si, tal como lo pensó Marx, la revolución debía ser el propio movimiento inmanente de los explotados en su lucha por un nuevo tipo de vida. De una u otra forma lo que se llamó el «ideal comunista», es decir la transformación del reino de la necesidad en reino de la libertad, no se realizó (en su lugar se crearon sociedades totalitarias basadas en el terror y la barbarie estoy pensando en la célebre frase de Marx: «socialismo o barbarie»-) y hoy ha desaparecido casi totalmente del imaginario colectivo. En otras palabras, actualmente ninguna sociedad se plantea el comunismo como una forma posible de organización económico-social.

¿Ha muerto la política? Si por «política» entendemos la lucha por suprimir la propiedad privada de los medios deproducción y la constitución de una sociedad «comunista», sin clases sociales y sin Estado, es indudable que sí, que esa política ya no tiene vigencia real, quiero decir realizable. Pero si por «política» entendiéramos las múltiples y complejas luchas de los seres humanos por una sociedad más igualitaria, más justa y más libre, entonces creo que la política sigue viva y que, posiblemente, nunca la sociedad haya estado tan politizada como en la actualidad. Pero ya no se trata de luchar para que alguna vez, en el futuro, se logre la utopía «comunista»; se trata más bien de enfrentar al Sistema en todos los lugares posibles, de resistir su política de explotación y de dominio, de vivir el comunismo no sólo como resistencia al Sistema sino como forma de ese vivir, como forma ante todo cultural, ética, filosófica, religiosa y política, en el sentido de una exacerbación libertaria de las prácticas sociales.

La «esperanza» está en el aquí y ahora, y no en un lejano futuro utópico que siempre lleva a la resignación ante la imposibilidad real de una revolución «comunista». Creo que el mal (¿por qué no llamar mal a la barbarie nihilista, a la técnica destructora de lo «humano», al terrorismo y la explotación, tanto capitalista como «comunista»?) se puede vencer en nuestro espíritu, conciencia, «yo» o como se la quiera llamar; en esto que somos y que hace posible el mundo; en esto que puede amar y tener piedad; en esta debilidad y fragilidad que habla, canta, goza y lucha. En este erotismo; en este Acto que es vida, creación, sueño, pensamiento y deseo. Esto que soy (que cada uno es) es el lugar de resistencia al Sistema. A partir de este punto todos los seres humanos podemos luchar contra las múltiples formas de injusticia, de violencia y de explotación que caracterizan, o, mejor dicho, son el Sistema.

Resistir significa dejar que el ser sea; que el habla hable; que el pensamiento piense; que el amor ame. Significa elevarse a la conciencia y a la autoconciencia; no dejarnos derrotar por la televisión, la banalidad, la superficialidad, la idiotez con la que nos quiere suprimir el Sistema (me refiero al sistema global de explotación, de control y de exterminio propio de las sociedades que se auto-proclaman democráticas, socialistas, comunistas, o lo que sea). No podemos vencer al Sistema en cuanto tal, en su completud, pero podemos vencerlo en sus formas, resistiéndolas, combatiéndolas. Lo puedo vencer en mí, y cada uno lo puede vencer en sí, a cada instante, enfrentándolo y negándolo; «en cada paso», como dice Kertész; y no entregándonos a sus formas actuales con la esperanza de resucitar algún día futuro en el comunismo realizado; porque no hay ese futuro. El futuro fundado en el abandono del ahora siempre le pertenece mortalmente al Sistema.

El gran instrumento de esta lucha es la libertad. Porque somos libres podemos oponernos a las injusticias, defender la naturaleza y los animales, combatir por mejores condiciones de vida, contra la pobreza, contra las desigualdades. Nuestro formidable bien es la libertad, que es el yo, este yo, el yo de cada uno, o el espíritu o el alma, «algo» que no se deja reducir a la simple empiria. El campo de las resistencias y las luchas no tiene límites y adquiere su sentido en su misma realización. Luchar por, como y con los desvalidos, los presos, los pobres, los homosexuales, los locos, por la música y la poesía, por el respeto, el trabajo, la comprensión, el amor, la mansedumbre, por los pájaros, las ballenas, los elefantes, por los niños y los viejos y los enfermos, constituye, en su conjunto, la lucha por uno mismo, por uno mismo como ser libre, absoluto, que no tiene un fin externo a sí sino que es su propio fin. Teniendo en cuenta que la lucha por uno mismo es la lucha por el otro y viceversa. En el espacio de la resistencia como acto libre lo que se constituye es un nuevo tipo de comunidad, una comunidad frágil, vacía, que me atrevería a nombrar «amorosa» o, ¿por qué no? sagrada, soberana. ¿Es este sólo el sueño de una conciencia atormentada o es algo real, que se da ante nuestros ojos y que a veces no vemos porque queremos ver el sueño de un cambio repentino y total del mundo? Más aún: ¿hay que deponer los sueños ante la potencia despiadada de lo real?

Heidegger, en su entrevista-testamento aparecida en la revista Der Spiegel, dijo que «sólo un Dios puede salvarnos». Desgraciadamente, y a ojos vista, no hay ningún Dios que nos salve. Si no pensamos que cada uno es Dios, no hay dios, ni partidos políticos, ni iglesias, que nos salven. Sólo a la libertad absoluta en acto, que es esto a lo que llamamos «hombre», la podemos llamar salvación. Salvarnos es asumirnos a nosotros mismos como seres libres; es decir como seres que no adquieren sentido en otra cosa distinta de ellos mismos, en algo que los trascendería. Nosotros, cada uno de los seis mil millones de seres que poblamos el mundo, lo sepamos o no, somos absolutos en la libertad que es nuestra trascendencia e inmanencia constitutiva. El amor, la amistad, la bondad, la mística, la poesía, la música, la hospitalidad, la solidaridad, la comprensión… serían lo que llamamos salvación. Esperar una salvación futura o que dependa de una fuerza extraña al hombre es privarlo de lo que ya es. El «reino», el del amor judeo-cristiano, el de la compasión budista o el de la «libertad» comunista, está en nosotros y no es una cosa que llegará algún día. Está en nosotros aquí y ahora, pero paradójicamente debe ser actualizado, debe realizarse asumiéndonos a nosotros mismos como lo que ya somos. Es la tarea más difícil, porque el Sistema es esencialmente lo contrario de esa asunción de conciencia, pero es posible. No es una obligación, un deber-ser o un objetivo a lograr en el futuro, sino una realidad que podemos realizar actualmente, en nuestra vidas.

La pobreza es (¿quién lo duda?) uno de los mayores problemas de la humanidad, porque muchas veces implica la muerte. Sin embargo hubo y hay millones de hombres y mujeres que vivieron felices en la mansedumbre, la compasión, la generosidad, así como en la inteligencia y la conciencia de sí, y que fueron muy pobres, a veces hasta la extrema pobreza. Por eso pienso que el problema mayor tal vez no sea la pobreza sino la enajenación, la indiferencia, el torpor y la violencia que reina en las sociedades del capitalismo moderno. Estamos sometidos a los «medios», ante todo a la televisión, a los diarios y las revistas, a la computación, a internet, a la propaganda, al turismo y a las mil formas de alienación que son propias del Sistema. ¿Podemos pensar, no obstante, en una sociedad pobre? ¿Podemos aceptar y querer para nosotros mismos la pobreza como posibilidad de realización espiritual? Mientras el Sistema encarna en su propia esencia el «ideal» de la riqueza y del tener, el «ideal» tanático de la técnica y del nihilismo, la resistencia más profunda: ¿podría oponerle a este «ideal» capitalista la Idea y la práctica de la pobreza entendida como salvación, vale decir como no explotación, como alimentación, como salud, como realización material-espiritual?

Marx se negó a ser «marxista», entendía que «su» pensamiento era el pensamiento de los explotados (de los obreros, los pobres y los miserables) y no el de un individuo llamado Marx. Hoy continúa vigente la tarea de pensar el Sistema en su nueva y compleja realidad, así como él en su época analizó críticamente el capitalismo industrial naciente. La tarea de llevar a la práctica un «pensamiento» entendido como forma de lo que Marx llamó «el no sistema real»; es decir, pensar desde la resistencia, la lucha, la negación puntual («paso a paso») del Sistema; pensar las experiencias múltiples, complejas, poderosas y débiles, de la resistencia que los hombres oponen a las injusticias que hacen del Sistema lo que el Sistema es. En este sentido el pensamiento de Marx nos ayuda a entender nuestra actualidad y a acceder a la conciencia. No a una conciencia abstracta, desligada del hombre y del mundo, sino a la conciencia como pensamiento, como arte, como ética, como religiosidad. No como cualidades elitistas, aristocráticas, sino como las verdaderas y más profundas formas de lo humano. No como práctica asesina sino como acción no violenta, pacífica, sabiendo que nuestros actos actuales prefiguran -como bien señaló Antonio Gramsci, a quien quiero recordar en este sentido el mundo o los mundos que queremos construir y en el que queremos vivir.

Después de treinta años de escrito y al leer ahora este libro no puedo sino advertir, desde la perspectiva de la sociedad actual, que muchas de las cosas planteadas en él fueron superadas o desplazadas por la historia, pero que otras se mantienen. Se hundió el marxismo-leninismo (incluyendo en él las responsabilidades del propio Marx) pero creo que se mantiene el otro Marx, el Marx iconoclasta que se empecinaba por escapar al encierro «marxista», y, agregaría ahora, lo otro de Marx, ese punto que podemos llamar lo in-político, que puede ser entendido como un más que político o como una política distinta a la política entendida en su sentido clásico, es decir como un enrejillado o escenario donde de antemano se fija la legalidad del acto que por hacerse en ese lugar pre-determinado se llama «político». Hablo asíde una política no política, una política del afuera, de la transgresión de lo político, incluso más allá de las «casamatas» gramscianas, en lo abierto, en lo propiamente abierto. Sin una legalidad y sin un telos previo; sin una esencia previa que la limite y defina. En este sentido me referí al «paso a paso» de Kertész. No únicamente a los pasos que se dan individualmente sino ante todo a los pasos del mundo, al estallido constante del mundo, a su originalidad. He tratado de destacar ese punto trascendental, como yo-absoluto, que hoy veo como «salvación» en la medida que es apertura esencial al mundo. No obstante necesito advertir, para evitar equívocos, que se trata de una salvación que no nos salva de nada y que no salva a nadie, pero que, según creo, es la única salvación posible en cuanto conciencia o espíritu. Pienso el espíritu en el sentido que tuvo para Husserl cuando acosado por los nazis se atrevió a sostener que sólo el espíritu es inmortal. Y sólo veo eso como salvación, creyendo, por otra parte, que llamamos espíritu sólo a lo que somos y que más allá incluso del ser ese lo (neutro) que somos es infinito en acto. Y entonces no podemos salvarnos de nada porque todo es ya salvo cuando la voluntad del hombre, de todos y de cualquiera, así lo quiere. De nada nos vale la democracia, incluso de nada nos valdría el comunismo, si a cada paso, a cada instante, no fuéramos espíritus libres. Esto es muy difícil, tal vez sea imposible como continuidad, pero es posible en ese «paso a paso», en cada paso, en el paso sin más allá, viviendo cada paso como un final y un comienzo absoluto…

Ciudad de Córdoba, Noviembre de 2008

Fuente: Reedición de El Otro Marx publicada por Milena Caserola en 2008, a partir de una selección de textos de la publicación original (El otro Marx, Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 1983)

Imagen: Oscar del Barco (fragmento)

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