Borges miente cuando dice desde el comienzo y en sus sucesivas reediciones que su conferencia “El escritor argentino y la tradición”, citada hasta el infinito, es de 1932. Si bien la conferencia es de 1951 –de hecho, hace referencia en ella a textos propios posteriores a 1932–, le seguimos el juego a Borges y la imaginamos contemporánea del prólogo que Elías Castelnuovo hace a Teatro proletario, compilación de obras de teatro de su autoría, publicada en 1934. Mientras Borges se pregunta por la relación de la literatura argentina con la tradición vernácula y la cultura universal, Castelnuovo se interroga respecto a la vinculación de la literatura argentina con el proletariado local y la revolución soviética. Ambos comparten la inquietud sobre la relación entre lo particular y lo universal pero la resuelven bajo formas discordantes, casi antagónicas. Al tiempo que Borges repara en el error de los autores argentinos de querer subrayar el color local para ser argentinos, Castelnuovo señala los límites de quienes intentaron constituir una literatura proletaria por fuera del proletariado. Así como Borges invita a abandonarse a la creación valiéndose de la cultura universal, en tanto confía en lo argentino como una fatalidad más que como una máscara, Castelnuovo apuesta a una literatura hecha por proletarios para que sea fatalmente proletaria. Independientemente de la validez de sus afirmaciones, ambos textos nos hablan sobre las intenciones de sus propias obras y de dos actitudes en tensión ante el quehacer literario. El choque entre lo extemporáneo de sus planteos y nuestra actualidad literaria nos revela, quizá mejor que cualquier desarrollo presente, el estado de situación de la literatura argentina contemporánea.
EDR
_________________________________________________________________________________________
El escritor argentino y la tradición
Jorge Luis Borges
(Versión taquigráfica de una clase dictada en Colegio Libre de Estudios Superiores. Publicada en Discusión, 1932)
Quiero formular y justificar algunas proposiciones escépticas sobre el problema del escritor argentino y la tradición. Mi escepticismo no se refiere a la dificultad o imposibilidad de resolverlo, sino a la existencia misma del problema. Creo que nos enfrenta un tema retórico, apto para desarrollos patéticos; más que de una verdadera dificultad mental entiendo que se trata de una apariencia, de un simulacro, de un seudoproblema.
(…)
Los poetas populares del campo y del suburbio versifican temas generales: las penas del amor y de la ausencia, el dolor del amor, y lo hacen en un léxico muy general también; en cambio, los poetas gauchescos cultivan un lenguaje deliberadamente popular, que los poetas populares no ensayan. No quiero decir que el idioma de los poetas populares sea un español correcto, quiero decir que si hay incorrecciones son obra de la ignorancia. En cambio, en los poetas gauchescos hay una busca de las palabras nativas, una profusión de color local. La prueba es ésta: un colombiano, un mejicano o un español pueden comprender inmediatamente las poesías de los payadores, de los gauchos, y en cambio necesitan un glosario para comprender, siquiera aproximadamente, a Estanislao del Campo o Ascasubi.
(…)
El Martín Fierro está redactado en un español de entonación gauchesca y no nos deja olvidar durante mucho tiempo que es un gaucho el que canta; abunda en comparaciones tomadas de la vida pastoril; sin embargo, hay un pasaje famoso en que el autor olvida esta preocupación de color local y escribe en un español general, y no habla de temas vernáculos, sino de grandes temas abstractos, del tiempo, del espacio, del mar, de la noche. Me refiero a la payada entre Martín Fierro y el Moreno, que ocupa el fin de la segunda parte. Es como si el mismo Hernández, hubiera querido indicar la diferencia entre su poesía gauchesca y la genuina poesía de los gauchos. Cuando esos dos gauchos, Fierro y el Moreno, se ponen a cantar, olvidan toda afectación gauchesca y abordan temas filosóficos. (…)
La idea de que la poesía argentina debe abundar en rasgos diferenciales argentinos y en color local argentino me parece una equivocación.
(…)
Séame permitida aquí una confidencia, una mínima confidencia. Durante muchos años, en libros ahora felizmente olvidados, traté de redactar el sabor, la esencia de los barrios extremos de Buenos Aires; naturalmente abundé en palabras locales, no prescindí de palabras como cuchilleros, milonga, tapia, y otras, y escribí así aquellos olvidables y olvidados libros…
(…)
Quiero señalar otra contradicción: los nacionalistas simulan venerar las capacidades de la mente argentina pero quieren limitar el ejercicio poético de esa mente a algunos pobres temas locales, como sí los argentinos solo pudiéramos hablar de orillas y estancias y no del universo.
(…)
¿Cuál es la tradición argentina? Creo que podemos contestar fácilmente y que no hay problema en esta pregunta. Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo también que tenemos derecho a esta tradición, mayor que el que pueden tener los habitantes de una u otra nación occidental… (…) Creo que los argentinos, los sudamericanos en general, estamos en una situación análoga; podemos manejar todos los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, consecuencias afortunadas.
(…)
Platón dijo que los poetas son amanuenses de un dios, que los anima contra su voluntad, contra sus propósitos, como el imán anima a una serie de anillos de hierro.
Por eso repito que no debemos temer y que debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo; ensayar todos los temas, y no podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos: porque o ser argentino es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara.
Creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama la creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores.
_________________________________________________________________________________________
“Introducción” a Vidas proletarias (Escenas de la lucha obrera)
Elías Castelnuovo
(Texto introductorio a tres de sus obras de teatro, publicadas en 1934)
La literatura proletaria se halla muy escasamente desarrollada en Argentina, y, por extensión, en todo el continente americano. Sin caer en la exageración, se puede afirmar, que, recién, hace su aparición entre nosotros. Fuera de un núcleo, atrozmente restringido, nadie más trata, aquí, por el momento, de comprenderla, y, menos, de ponerla en práctica.
(…)
Hasta hace cosa de un año o dos, aquí, a decir verdad, ni siquiera se invocaba su nombre. (…) Si bien es cierto que existía en el terreno del arte un sector revolucionario que describía y pintaba la vida de la clase trabajadora no es menos cierto, asimismo, que este sector no participaba íntegramente de su ideología. Cuando no le atribuía una ideología contraria a sus designios de clase.
(…)
Dentro del término revolucionario, entonces, se comprendía todo intento avanzado hecho por un artista cualquiera de cualquier clase social. (…) los propósitos de este grupo se frustraron, a menudo, lamentablemente, merced a su falta de capacitación política para crear un arte concretamente revolucionario. Fue, así, que su producción, sin haber sido nunca histórica, pasó rápidamente a la historia. Hay que decir, no obstante, en su descargo, que este sector era el único que trataba de imprimirle al arte un carácter social, en una época gris en que se cultivaba pacientemente el arte por el arte y en que se reputaba una herejía estética mecharlo con la sociología. (…) Y hacía, en definitiva, un arte mixto. Por un lado, favorecía indiscutiblemente a la revolución encendiendo el ardor combativo de los trabajadores, mas, por el otro, favorecía a la reacción con la cataplasma de su religión o con la bolsa de hielo de su mansedumbre. Toda su labor artística, descontadas sus cualidades positivas, consecuentemente, languidecía bajo el influjo morboso de la metafísica, del pesimismo y de la patología. Ofrecía la dualidad incongruente de ser un arte realista y pujante, en su forma, y, en su fondo, resignado y místico. Dinámico y fogoso en su expresión, mas, en su acción, frío y estático. Sus contradicciones eran tan agudas, que, a menudo, se degollaba, filosóficamente, a sí mismo. Presentaba, por ejemplo, a la clase trabajadora virtualmente derrotada, sumida en un estercolero, apestada por la mugre y embrutecida por el alcohol, sin encontrarle nunca una salida revolucionaria a su situación y sin determinar jamás el motivo material de su desgracia. Del sufrimiento de los pobres no captaba otra cosa que sus llagas fisiológicas, ni percibía de su ideación, otra cosa que sus maldiciones y alaridos, omitiendo la raíz misma del problema. (…) Y suplía la observación directa de la actividad real de las masas por las elucubraciones despatarradas de su fantasía personal.
(…)
Por entonces, florecía una especie de matoide neurálgico, de cráneo mesoconcho, que en vez de estudiar y de actuar y de buscar el contacto con las masas, permanecía encerrado en su gabinete o en su guardilla, zapateando en las tinieblas, con la oreja alerta, esperando que la linterna de la inspiración se encendiese milagrosamente, a fin de iluminar de adentro para afuera el panorama de la realidad que se proyectaba, precisamente, al revés: de afuera para adentro. Se buscaba la verdad del mundo, no en el mundo, sino fuera de él. Entre los estantes de las bibliotecas o entre los piojos de la tradición.
(…)
El obrero, era ignorante, porque no leía. Era sucio, porque no se lavaba. Era torpe por vocación y palurdo de nacimiento. Las condiciones materiales que impedían su desenvolvimiento, como, asimismo, el sistema capitalista que las creaba, o aparecían limpias de todo pecado, o aparecían en un plano distante, restándole así a los culpables toda responsabilidad.
(…)
La lucha de clases, tan fundamental para una literatura revolucionaria, era preterida o desnaturalizada. No se distinguía o no se quería distinguir el límite que separaba al hombre que vive de su salario del hombre que vive a expensas del coeficiente del trabajo ajeno…
(…)
La clase trabajadora era enfocada, sentimentalmente, como la clase que más sufría. La imagen de Cristo crucificado, chupando vinagre y sangrando por todos los clavos, servía, ordinariamente, de modelo. Por eso, se prefería el estudio del lumpenproletariado –atorrantes, mendigos, prostitutas, neurópatas, asesinos–, al estudio de la masa sana y activa del proletariado y del campesinado.
(…)
Se buscaba la resaca del trabajo, porque allí culminaba la tragedia del proletariado.
(…)
El error, sin embargo, no consistía en pintar el sufrimiento, sino en que se convertía el sufrimiento en una finalidad. Consistía, asimismo, en que se lo embellecía y se lo santificaba, presentándolo como un castigo inevitable, ajeno a las leyes que rigen la materia, o como un producto siniestro de la fatalidad.
(…)
Los héroes de esta literatura populista, además, difícilmente pertenecían a la clase trabajadora, aunque, a veces, para despistar, se ponían una gorra de vasco y un traje azul de mecánico, Pertenecían, por lo regular, a la pequeña burguesía o a la burguesía liberal que era quien los gestaba. (…)
La pequeña burguesía, entonces, metida a redentora, en lugar de expresar las aspiraciones de la clase obrera, expresaba de contrabando sus propias aspiraciones, confundiendo, frecuentemente, el socialismo científico que tiene por sujeto al proletariado y por objeto la revolución social con el cretinismo parlamentario o con la filantropía de la iglesia.
(…)
Si bien posteriormente se desarrolló una filosofía socialista en consonancia con las enseñanzas del maestro [Marx], no se desarrolló, en cambio, como pudo hacerlo, un arte de idéntica naturaleza. (…) …la literatura de imaginación –el drama, la novela, la poesía–, se quedó embarrancada en la laguna del socialismo utópico y anárquico. Y sin haber pasado jamás por el socialismo científico, después, saltó repentinamente al reformismo de la socialdemocracia.
(…)
Así como el proletariado es la antítesis de la burguesía, la literatura proletaria es la antítesis de la literatura burguesa. Nace por oposición y es su negación y su contraveneno. No arranca, entonces, del principio metafísico de que el arte condiciona la economía, sino del principio científico de que la economía condiciona el arte. (…)
La base de toda sociedad no radica en el espíritu como sostienen en verso los poetas. Radica en la caja de fierro. Las ideas desempeñan, desde luego, su función pero no son las ideas las que mueven el mundo. Son las divisas monetarias. Esto es: el producto del trabajo no pagado a los obreros. (…) Quizás porque se ha repicado insistentemente sobre el valor de la conciencia, es que ahora, nosotros, repiquemos otro tanto sobre el valor de la materia y de la economía, sin dejar de reconocer empero, que hay una relación estrecha entre la torre y la base del edificio, entre la acción automática y la acción consciente del hombre. (…) El medio puede hacer al hombre, mas, el hombre puede a su vez, transformar el medio.
(…)
La explotación del hombre por el hombre, y su secuela: el hambre, la miseria, la ignorancia, la desocupación, no es una hipótesis mística. Es un hecho palpable que se puede demostrar con números.
(…)
Así como no es posible hablar de comunismo sin tomar como ejemplo al único país que los está poniendo en práctica, no es posible hablar de literatura proletaria sin recordar a Rusia (…). La literatura proletaria rusa, a pesar de ser la más avanzada, la más definida, ofrece, no obstante, para nosotros, un inconveniente serio, toda vez que se la quiera tomar estrictamente de modelo. Y es que mientras ella se encuentra en el período del socialismo en su etapa constructiva, la nuestra se halla recién en la etapa anterior de la lucha final contra el capitalismo. (…) …no se puede aplicar indistintamente la misma estrategia y la misma táctica antes y después de la batalla, en una región socialista como en una región capitalista. La literatura proletaria rusa (…) se manifiesta, por tanto, inversamente a cómo debe manifestarse la nuestra. Es una literatura constructiva, en virtud de que atraviesa la etapa de la construcción del socialismo. La nuestra, en cambio, es o debe ser destructiva, en razón que cruza la recta de la destrucción del capital. Toda la literatura rusa, ahora, está absorbida por un solo pensamiento: construcción. La nuestra no puede ser absorbida más que por la idea contraria: destrucción.
(…)
Queremos subrayar, tan sólo, que no siendo iguales las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución en todos los países, la actitud del proletariado, varía en cada lugar de acuerdo a las necesidades del movimiento, y con él, varía y se diferencia su literatura, sin prender por ello su carácter internacional.
(…)
Ninguna literatura duró más de lo que tuvo que durar y la literatura proletaria tendrá exactamente la misma duración del proletariado. Será una literatura de clase en tanto las clases subsistan.
(…)
Debemos comprender que hasta que los obreros no participen activamente en su elaboración, la literatura proletaria, no pasará de ser un movimiento minúsculo, ajeno, en cierta medida, al mismo proletariado, porque no logrará adquirir su verdadero volumen de masas.
Intentar la creación de un arte de masas, sin su intervención, por otra parte, sería como querer hacer un guiso de liebre, sin liebre.
(…)
Se sabe que la pequeña burguesía, a la cual pertenece la intelectualidad, navega, socialmente, entre dos aguas. Sirve, a veces, de alcahueta entre el patrón y el obrero, y, a veces, de consoladora entre el juez y el verdugo. En tiempos de prosperidad se pasa a la burguesía y en tiempos de crisis se pauperiza y se pasa al proletariado. Según suba o baje el termómetro de sus finanzas, así baja o sube el termómetro de su ideología.
(…)
Tratar de conciliar los antagonismos, sin suprimir las causas que los provocan, es caer en la inocencia o en la hipocresía de las sociedades filantrópicas o de las instituciones protectoras de animales.
(…)
Lo primordial en el arte, ahora, es su ubicación social. Su definición política. El artista, transfigurado por las circunstancias del momento, en soldado de la lucha actual, está obligado, quieras que no quieras, a fijar su cuartel. A manifestarse en pro o en contra del suceso. O es un soldado de la revolución o es un soldado de la reacción. O sirve al proletariado y con él a la nueva cultura, al arte nuevo, o sirve a la burguesía y con ella a la vieja cultura y al arte petrificado.
Tanto el proletariado, como la burguesía, se hallan entre la espada y la pared: o el proletariado aplasta definitivamente a la burguesía y salva a la cultura y al mundo, o la burguesía aplasta temporalmente al proletariado y retrograda al mundo y a la cultura un siglo atrás.
_______________________________________________________________________________________________________
Foto: Elías Castelnuovo, año 1925, durante su estada en el río Paraná Miní, entre el Chaná y el Arroyo Felicaria. Fuente: Memorias, de Elías Castelnuovo. Buenos Aires: Ediciones Culturales Argentinas, 1974.

Deja un comentario