¿Era Lenin un perverso?

Por Oscar del Barco //

El problema es que sin analizar a Lenin no podemos entender nada de lo que ocurrió ni de lo que está ocurriendo, no sólo en la Unión Soviética y en los países dominados por ella, sino en el mundo de hoy. No se trata ya de Stalin, pues fue el propio secretario del Partido Comunista quien denunció sus crímenes, sino del sistema soviético que engendró a Stalin, del PCUS “de Lenin”. Es fácil achacarle todas las culpas a Stalin y dejar incólume lo otro. Pero: ¿acaso Stalin surgió de la nada? ¿Cómo pensar, si nos consideramos materialistas, que una individualidad, la de Stalin o la de cualquiera, puede determinar desde sí y para sí no sólo la conformación de un país como la Unión Soviética sino incluso el desarrollo de gran parte de la historia contemporánea? Hay que ir más allá de Stalin para entender la crisis por la que atraviesa el movimiento revolucionario, pues aunque algunos digan que no existe tal crisis, que la teoría marxista está en pleno desarrollo y los movimientos socialistas en expansión, la verdad es que existe una serie de hechos, al margen de cómo se les denomine. Aunque nos pese, existen. Son hechos macroscópicos (los microscópicos, los hechos puntuales, los que le ocurren a los pobres individuos y que tal vez sean los más terribles, en gran parte escapan a nuestro conocimiento): las disputas, los insultos y amenazas entre la URSS y China, las guerras entre países socialistas, los campos de concentración, las masacres de Pol Pot, no sólo no pueden ser negados sino que, además de ser aceptados como hechos reales, deben ser analizados por quienes se consideran marxistas. Y no se trata sólo de un problema de conciencia, de la conciencia desgraciada de los intelectuales siempre llenos de culpas, vacilantes por esencia, etcétera. Es el movimiento revolucionario casi en su totalidad el que necesita analizar su propia historia para continuar avanzando hacia el socialismo. Es como si hubiera llegado a una encrucijada que le exige su autocrítica global y profunda para poder seguir adelante.

Demolición del mausoleo

No son Stalin y Lenin como individuos quienes nos preocupan, sino que nos preocupan como concreción de fuerzas sociales que dieron lugar a una realidad (lo que es hoy la URSS) y a una historia, la historia del movimiento comunista mundial. Es este nudo de fuerzas sociales, entre tejido con tradiciones de lucha, con teorías que se estructuraron a escala mundial, con costumbres e ideas de todo tipo, lo que debemos tratar entre todos de desatar. La figura de Lenin asume así un significado que va más allá de lo anecdótico, de la concepción idealista que le otorga a los hombres y sus ideas la capacidad absoluta de dirigir los procesos sociales. Muchos se opondrán a que se desacralice a Lenin. Son los mismos que aceptaron a regañadientes la crítica oficial que se le hizo a Stalin y que en el fondo siguen necesitando el mito leninista como garantía de supervivencia de la iglesia a la que creen pertenecer, ¡no vaya a ser que si retiran el sarcófago de Lenin se hunda el Kremlin!

Una cosa que llama la atención es que toda la izquierda se haya sentido conmovida por el tipo de masacre que realizó el régimen de Pol Pot en Camboya, e ignore que este mismo tipo de masacre caracterizó durante años al régimen bolchevique cuando el principal dirigente era Lenin. No se trata de mala fe únicamente, sino que la mayoría de la izquierda desconoce la historia de la revolución rusa y de todo el período posrevolucionario, Durante demasiados años nos han hablado del paraíso soviético y contado una historia totalmente fraguada para inocentes. Una historia donde siempre aparecía Lenin en actitudes hieráticas, retóricas: siempre Lenin trepado a un auto y diciendo un discurso, o Lenin conversando atentamente con los obreros o campesinos de tal o cual lugar, dirigiéndose a los escritores o a los niñitos uniformados. Del Lenin que ordenaba fusilar uno de cada diez vagabundos, del creador de la Cheka, del Lenin que se opuso ferozmente a la dirección obrera de fábrica, del Lenin que liquidó los soviets, la oposición de izquierda, los sindicatos, ni una sola mención. ¿Por qué?

Ya ven, no era tan bueno

Debemos empezar –y en este sentido yo hice un intento en mi reciente libro sobre Lenin– a estudiar la historia real de la URSS, y a estudiar los escritos de Lenin en estrecha relación con la realidad; creo que es necesario terminar con la lectura puramente teórica de Lenin, con esa lectura típica que consiste en desligarlo de la historia. Meter a Lenin en la historia, en esto consiste la tarea, porque sólo en relación con la historia su obra adquiere sentido. De nada valen los principios teóricos que luego son negados por la acción concreta. Esto fue lo que le achacaron a Lenin los miembros de la oposición cuando se discutió el problema de la dirección de las fábricas, y Lenin se enfureció: la oposición enarbolaba las viejas tesis del movimiento obrero y del propio Lenin de otras épocas, Lenin sostuvo e impuso la necesidad de la dirección unipersonal: debían dirigir las fábricas quienes sabían hacerlo, y como quienes sabían eran los viejos capitalistas y sus capataces, a ellos pasó la dirección de las fábricas; así fue como los revolucionarios fueron entregando la revolución a los derrotados por los obreros y campesinos; no debe extrañarnos pues que la burocracia zarista de Estado, la burocracia militar y los ex capitalistas se alzaran con el poder y reconvirtieran el proceso revolucionario a su favor levantando como bandera de la extinción del movimiento popular la figura siniestra de Stalin, un mero fantoche que se creía omnímodo en manos de las nuevas clases constituidas a la sombra de la ideología revolucionaria.

Stalin, malo, pero no tanto

Como se sabe, no sólo fueron asesinados uno a uno los líderes de la revolución, sino que el cortejo era de millones, de decenas de millones de campesinos, obreros, comunistas, populistas, la mayoría absolutamente inocente de cuanto se le acusaba. Algunos resistieron, sobre todo los campesinos, otros marcharon al patíbulo destrozados por la tortura, como Zinóviev, y otros aceptaron su muerte tal vez sin comprenderla del todo, pensando que en última instancia la historia avanzaba a través de su propio martirio. No sólo Bujarin, sino el mismo Lenin, pensaban y temían la reconversión del proceso revolucionario. La reconversión se dio; está allí, no hay nadie que no la vea; salvo el que no quiere verla, ya sea por miedo a enfrentarse con la realidad, por miedo a dejar de «creer», o por intereses personales.

Es en este contexto que apenas he insinuado dónde debe ubicarse a Lenin. Todo lo que sucedió posteriormente ya sucedía en los años durante los cuales Lenin estuvo en la cúspide del poder. Por eso es absolutamente necesario estudiar el pensamiento de Lenin a partir de lo que sucedió después de la revolución, es necesario partir del momento actual, oponernos a la historia que sea mera descripción de los acontecimientos. No digo que se ignore la historia, todo lo contrario, la base de la crítica es el conocimiento lo más exacto posible, lo más científico posible, de la historia pre y posrevolucionaria de la URSS; pero la crítica indaga sobre las causas, sobre las determinaciones reales y profundas de los acontecimientos. Y ésta es la tarea que debe hacerse con Lenin. Se dice, por otra parte, que no existen suficientes datos, que la tarea historiográfica es limitada, etcétera. Y esto es efectivamente así, a pesar de que ya existen estudios generales, como el de Carr y el de Bettelheim, o análisis detallados de problemas fundamentalmente económicos que avanzan en el conocimiento estricto de problemas más determinados, por regiones, por épocas, etcétera: existen trabajos totalmente confiables sobre la estructura burocrática actual de la URSS, donde la cuantificación se ajusta a procedimientos científicos indiscutibles. Por lo tanto, el argumento de nuestra relativa ignorancia no es suficiente como para impedir el estudio y la crítica. Hay, sí, que aventurarse en el conocimiento de una historia donde todos, de una u otra manera, estamos comprometidos.

Lenin estaba convencido, y lo dijo innumerables veces, de que la teoría se construye al margen, independientemente de las clases; para él la teoría era construida por teóricos burgueses (en este caso Marx y Engels) y luego era trasladada a la clase obrera por el partido. Basta leer el ¿Qué hacer? para darse cuenta de los límites a donde llevó esta tergiversación total del pensamiento de Marx. Creo que no caben dudas de que Lenin pensó al respecto de una manera absolutamente contraria a lo que pensó Marx, y no hay argucias que puedan demostrar lo contrario; y digo que no hay argucias que puedan demostrar lo contrario porque –y ésta es mi tesis– Lenin tuvo el poder, ejerció el poder, llevó a la práctica sus ideas, y es en el conjunto de medidas que tomó, defendió y propició donde se aprecia de una manera incuestionable lo que realmente pensaba. Por eso no valen de nada las citas donde Lenin toma posiciones y hace observaciones que contradicen su teoricismo, su despotismo teórico; estas observaciones fueron archivadas no sólo por la historia sino por el propio Lenin; y el que no quiera creer que estudie el problema clave de los soviets o el de la Cheka, o el que se le ocurra, pero que lo estudie.

El leninismo: ¿teoría burguesa?

Este teoricismo de Lenin tiene consecuencias, no se agota en una “idea” respecto a las relaciones entre la teoría y la clase, pues si se agotara en el orden teórico no hubiera tenido consecuencias, pero las consecuencias fueron inmensas y trágicas, desastrosas para el movimiento obrero ruso y mundial. El teoricismo de Lenin no es propiamente suyo, sino que constituye la esencia del pensamiento burgués, la esencia de la metafisica: la metafísica, en general toda la filosofía, se basó y se basa en la división entre espíritu y materia, entre sujeto y objeto, entre Estado y pueblo, y con otros etcétera, y es esta escisión metafísica, claro que con otros nombres, la que Kautsky y su discípulo Lenin introdujeron en el movimiento obrero: teoría y clase, ciencia y clase, partido de vanguardia y clase, dirigentes y dirigidos, maestros y alumnos, mentores, dueños de la verdad… Esta idea metafísica se metió hasta lo más íntimo de las organizaciones revolucionarías y hoy estamos pagando sus consecuencias. No fueron ideas de un individuo, ni de una organización, aunque por supuesto también lo fueron, sino ideas de clase, de clase burguesa, introducidas en el seno del movimiento revolucionario: la III Internacional puso su sello despótico y trágicamente histriónico a esta división que convertía de nuevo a las masas obreras y campesinas en meros objetos, en simples soportes de las ideas descubiertas por los sabios y cuyo depositario era el partido. ¡Como si los sabios las hubieran podido descubrir sin ponerse en el punto de vista, en la práctica revolucionaría previa, en la conciencia previa de esas mismas masas!

El partido leninista se construyó alrededor de este eje teórico; la teoría lo fundaba como vanguardia, como verdad de la clase: su función era transmitir esa verdad de la clase, descubierta al margen e independientemente de la clase, a la propia clase, la cual recibía así la consagración teórica, las migajas del festín de los intelectuales. Se trataba, por otra parte, de un partido calcado de las organizaciones represivas burguesas, del ejército y de la policía, absolutamente verticalista y constituido por “revolucionarios profesionales”, de un partido que por definición se condenaba a ser totalmente minoritario, extraño a la vida compleja del pueblo, no digamos del campesinado, al que nunca entendió, sino incluso al proletariado. Al respecto es suficiente ver la cantidad ridículamente minúscula de afiliados que tenía el partido antes de la revolución. No es casual entonces que este partido estuviera al margen, primero, y luego negara, se opusiera a los soviets en 1905 (como se sabe los obreros rusos no esperaron a que el partido diera la orden para construir lo que Gramsci llamó lo esencial de la revolución: los soviets); no es casual tampoco que la revolución de febrero de 1917 los tomara totalmente desprevenidos: Lenin ni siquiera lo soñaba, tan es así que cuando lo informaron siguió comiendo tranquilamente pues creyó que se trataba de una noticia falsa. Claro, todas estas deficiencias monumentales de Lenin y su partido, así como el hecho de carecer de un programa agrario que tuviera algo que ver con la realidad fueron luego considerados “accidentes” que confirmaban la genialidad innata de Lenin.

El bolchevismo, secta religiosa

Un hecho decisivo demuestra que la idea leninista del partido, como una suerte de secta religiosa poseedora de la “verdad” no fue determinada por la represión zarista: la dirección del partido siguió funcionando, después de la revolución, cuando ya tenían todo el poder en las manos, en la más absoluta clandestinidad; la verdad es que la burocracia stalinista avanzó sobre la dirección del partido y luego la masacró actuando en la cámara vacía de los anfiteatros; los obreros y campesinos sólo se enteraban de las sentencias. Esta práctica fue luego universalizada. Más aún, las mistificaciones realizadas por Lenin convirtieron al partido en el verdadero sujeto revolucionario, poseedor de la “ciencia” marxista; digo mistificación por dos razones: primero, porque el sujeto revolucionario son las clases explotadas, los sectores de clases explotados, los oprimidos, cualquiera que sea su complejidad (el comunismo –decía Marx– es el movimiento real; los teóricos son teóricos de esa realidad); segundo, porque el hecho de estar en el partido fue una suerte de diploma de marxista aun sin saber nada de marxismo. ¿Qué quiere decir ser marxista? ¿Haber leído El capital, los Grundrisse? Si uno responde , entonces los marxistas habidos en el mundo deben contarse con los dedos de las manos, si uno responde no, entonces se puede ser marxista sin conocer nada de Marx y este aserto debe, al menos, ser explicado. Pero que uno participe de la “ciencia”, de la “teoría”, sin tomarse la molestia de estudiarla, al menos es algo que se parece exageradamente a la magia. La verdad es que para ser revolucionario no hace falta ser marxista. Un revolucionario puede ser marxista o existencialista o anarquista o católico o mahometano… ¿Quién lo duda? No es casual que el secretario del PC italiano (claro, un típico revisionista, se dirá) funde la no obligatoriedad de ser marxista para entrar al partido.

Quiero decir que nuestra época nos obliga perentoriamente a tratar de entender, y para eso a desenmohecer el instrumento de la crítica. Renato Sandri decía no hace mucho en Puebla que sólo hay dos alternativas: o quedarse solo en un rincón recitando las obras completas de Lenin o Marx, o participar en la experiencia política de las masas. Son éstas las que hacen con sus luchas las teorías. El marxismo no es un velatorio, sino la vida misma en su más profundo sentido de transformación. Hoy todo ha devenido exageradamente complejo, la sociedad civil ha hecho saltar los viejos marcos de la política, y es esa complejidad, en esa complejidad, lo que debemos pensar. Hay que matizar, desmenuzar, analizar hasta el fin, volver, repensar, etcétera, éste es, valga el término, el único método posible; pero sin perder de vista lo grande, lo terrible de nuestra historia y nuestros equívocos. Los chinos tienen un viejo proverbio que debiera servirnos de advertencia: no se puede cubrir el fuego con papeles.

Fuente: revista El Machete. N° 3. México D. F., México, julio de 1980. El título de este artículo -y de sus apartados- fue puesto por los directores de la revista. Republicado en Escrituras, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2011, pp. 223-8.

Imagen: Oscar del Barco (fragmento).

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