I
¿Por qué una nueva revista, cuando ya está todo dicho? ¿Para quiénes una nueva revista, cuando parece que no hay diálogo posible? ¿Desde dónde una nueva revista, cuando no formamos parte de un medio de comunicación, ni de una agrupación política, ni de una cátedra, ni de una editorial? ¿Cómo hacer una nueva revista, si no contamos con más fondos que nuestros salarios ni queremos obtenerlos de otras maneras (ventas, publicidad, donaciones, financiamiento público o privado)? ¿Para qué una nueva revista cuando parece obturada la posibilidad de un horizonte anticapitalista, autónomo, autogestivo, antipatriarcal, antirracista, igualitario por plural? ¿Por qué, para quiénes, desde dónde, cómo, para qué? ¿Para qué? No lo sabemos.
II
Paso a paso nos topamos con innumerable cantidad de textos sobre cada uno de los temas y problemas que nos resultan de interés. Un universo de palabras que parece inabarcable, inagotable, infinito. Cada tópico está tan transitado, con huellas tan marcadas, que sentimos que nos atascamos, que nos empantanamos, que nunca podremos dar ningún paso en ninguna dirección. Y sentimos que volvemos a esos momentos de desconcierto de la niñez. Todo ya fue dicho, de muchas maneras diferentes y mucho mejores. Y, aún así, ineficaces. ¿Qué podremos hacer nosotros? Y nos sentimos en la vejez. Y caemos en un pantano. Y nos dejamos comer por el pozo. Y observamos cómo el aturdimiento de la nada en el que ya estábamos porque crece a cada instante y que por todos lados se hace más profundo e insondable.
III
Y como ya está todo dicho nos reímos. En una carcajada, en un espasmo ingobernado lanzamos un golpe ciego. Una carcajada trágica. Un golpe ciego que nos lanza, que nos lleva a tirar otro golpe y otro más entre risas. Que por momentos no se distinguen de un llanto. Golpes ciegos con los que dibujamos con torpeza los indicios de señales que nadie nunca verá. Y descubrimos que somos otres en el proceso del fracaso y que en eso radica nuestro triunfo. Nos impulsa un pulso, una bocanada de aliento de la que se alimentan nuestras risas. Una bocanada que por momentos también confundimos con el estertor de la muerte. Y mientras lo hacemos en el pantano de esta nada no dejamos de diferenciarnos de nuestro propio reflejo, de volvernos otra cosa en las que nos reconocemos, de tener un movimiento propio mientras oímos los ecos de nuestro grito. Aunque este impulso quizá no es más que una nada que surge de la nada, un mero reflejo de supervivencia frente a lo que nos traga.
IV
Esa energía que brota de la nada nos hace suspender la incredulidad y confiar. Porque nada surge de la nada confiamos, entonces, en que hay algo, algo para lo que no encontramos palabra y que entonces podemos llamar amor. Porque nunca terminamos de encontrar dicho y hecho eso que nos gustaría hacer aquí y ahora y que amamos en su inexistencia desde amancia pero que está por todos lados. Y sonreímos. Y porque miramos para todos lados en el desconcierto y en todos lados nos vemos en soledad pero también nos encontramos a la distancia con otras que gritan o gritaron a su modo con aspavientos. Porque quizá no era un eco propio sino otros gritos lejanos. Su risa. Y estamos en soledad y descubrimos que no podemos ser si no es en compañía. Y queremos saber qué tienen para decir y para hacer o ya dijeron o hicieron esas personas en quienes nos reconocemos en el espanto. Porque hay algo que nos amiga en el mismo momento que también sabemos que lo que tengan para decir nos hará daño. Y sonreímos. Porque solo puede haber traición donde primero hubo amistad. Porque solo hay lejanía. Porque quizá no hay identidad posible, ni siquiera ante el propio rostro, más allá de lo que no queremos ser y que nos consume vivos.
V
Entonces tal vez la tarea titánica de amancia sea acortar la distancia. Ponernos a tiro para una tarea mancomunada. Quizá tan solo amancia se trate de generar un vacío, una hoja en blanco, un campo de batalla sobre los escombros de batallas perdidas. Porque la guerra no termina. Porque todo se sigue tratando luchar. De la lucha de clases. Tal vez no todo. Tal vez no tanto. Luchamos contra una distancia, para que la distancia pueda ser salvada. Para todos y para nadie. Para pocos, para algunos, para ninguno. Quizá tan solo para esto que somos con lo que llevamos en los bolsillos, ante la inercia del destino, de la muerte, de la nada. Pero quiénes somos, dónde estamos. Un nuevo golpe ciego, una señal en el vacío de nuestro desconcierto. Una carcajada trágica. Un último nuevo impulso ante la certeza del abismo. Quizás amancia solo se trate de mucho menos. Tal vez solo se trate del “querés ser mi amiga” de la infancia. Un “querés ser mi amiga” pero vacío de candor, de ingenuidad, de virtuosismo. Un “querés ser mi amiga” pero ya en la vejez. Tal vez solo se trate de mucho menos. Se tratará de descubrirlo.